Según estudios de la Organización Mundial de la Salud, antes de la pandemia, ya se registraba un 80% de adolescentes que no realizaban actividad física, dato que invita al análisis y a la conclusión de que estas conductas de inactividad conducen, de acuerdo a las recomendaciones de la OMS, a problemas de salud como el sobrepeso, la obesidad, entre otros, en la población escolar. La inactividad física por lo tanto constituye el cuarto factor de riesgo de mortalidad en todo el mundo, lo que no es una información menor. El aislamiento modificó los comportamientos y los estilos de vida y derivó en una nutrición poco saludable, sedentarismo y mayor tiempo frente a las pantallas, lo que claramente denota que si antes de la pandemia los números de inactividad física eran alarmantes, la pospandemia nos convoca a reflexionar sobre nuestras prácticas pedagógicas, en la búsqueda de un cambio en cuanto esas estadísticas, generando en nuestros adolescentes el gusto por la actividad física, los hábitos de vida saludable y el valor de la vida misma. A partir de las variaciones mencionadas, que calaron hondo en la educación desde toda perspectiva, inferimos que la educación física se ocupa de modificar la mirada; antes centrada en la deportivización y la enseñanza tradicional de las capacidades, hoy enfatiza primordialmente construir un proceso de enseñanza-aprendizaje dentro de las aulas heterogéneas, las cuales permiten abordar al sujeto desde una perspectiva integral, desde lo social, cognitivo, emocional y físico, teniendo en cuenta el contexto que nos aquejó y hoy nos da paso a la nueva construcción de una escuela que responda los intereses de todos los actores.